Amalia Griffin ha muerto. Un disparo certero acabó con su cómoda existencia, con su belleza, con el tránsito cotidiano entre su cama matrimonial y la de sus amantes. Sus secretos esperan ser develados, y su asesino, el juez Rementería, desenmascarado. Pero la ausencia de testigos, su trayectoria intachable como magistrado y su amistad con el presidente de la República parecen ser suficientes razones para que evada cualquier sospecha como autor del crimen. Entre el deber moral de denunciar un crimen y el de proteger la vida privada, Teresa, amiga de la víctima, se involucrará en la persecución del asesino, develando un verdadero baile de máscaras donde la sordidez se esconde tras la imagen de integridad, y del que nadie puede salir sin quedar expuesto.