El último miembro de una familia de militares –o -héroes de la patria– regresa al pueblo en el que vivió hasta mediados de los 80. Cada martes asiste al Club de Jazz, donde establece una comprensible filiación con otros dos solitarios: la cantante Elda Cook y Juan Silverio, un burócrata melancólico que trabaja como locutor de radio. De fondo está siempre el río y el pasado, esa “jaula pesada” que lo aprisiona y encarcela y condena.
Julio Cameron, protagonista de esta novela, debió haber sido más prudente. No dejarse ver, desconfiar de las apariencias, olvidar que existe el olvido. La policía, después de todo, sigue sus pasos. “La línea siempre debe ser inteligencia y preservación”, dice en uno de los momentos álgidos de su monólogo. “Pero me dejé seducir por una idea falsa. Una fantasía, como dicen los pendejos. (...) Lo doloroso es saber que a pesar de tener una conducta rigurosa toda la vida, ante el mínimo descuido se viene abajo la estantería”.
Acosado por los recuerdos, por una memoria que es privada y también pública, Cameron reconstruye su vida, que es también la de su pueblo y la de toda -Argentina. Y lo hace a ratos en forma sinuosa –introduciéndose en los pliegues de la memoria– y en otras afiebrada, producto no se sabe de qué pastilla. El resultado es un relato que posee el enigma de un policial y el clima agobiante de una pesadilla, una novela atravesada por la tensión de la justicia y la venganza, es decir, de la Historia.