Hoy día uno de los debates más frecuentes, que ha dado origen a ríos de tinta, es el del lugar que le caben al mérito y a la suerte, es decir, al esfuerzo y a la fortuna, en la distribución de recursos y de oportunidades ¿Cuántos bienes han de correspondernos en proporción a lo que hagamos, o no hagamos, y cuánto a lo que simplemente recibimos, o no recibimos, en la cuna? Hay quienes sugieren que una sociedad justa es una que distribuye los recursos y los bienes en proporción al esfuerzo que cada uno haga para obtenerlos. Los bienes, según este punto de vista, se debieran conferir según el esfuerzo. Pero hay quienes sugieren que ese principio es erróneo no sólo porque más temprano que tarde, y de tener éxito, acabaría separando a las personas entre las capaces y las ineptas -infatuando a los primeros y humillando a los segundos- sino porque olvida que la vida humana se desenvuelve en medio de un conjunto de factores que están lejos del control de los individuos. Ocupar el mérito como criterio de distribución olvida que mucho de lo que somos no depende de nosotros.