De la aristocracia ha quedado una estela de símbolos y rituales que, a pesar de su secular desgaste, se encuentran disponibles para ser usados por ciertos grupos de amplio espectro: aspiracionistas incansables algunos, degradados no asumidos otros; todos ellos afanados en su eterna búsqueda de distinción social, aunque sólo sea como despojos de distinción, pareciera decir Patricia Undurraga, la autora de estos relatos.Atrevida cronista de una subjetividad social no siempre reconocible, Undurraga somete al doble trasluz de su sarcasmo implacable y de su sátira despiadada a los hipócritas de falsa moral, a los que sufren porque lo merecen, a los perdedores dignos de compasión y de mejor suerte, a los despiadados, a los abyectos en su inapelable derrota, a los que buscan venganza, a los que aman sin amor propio... Quisiéramos, a ratos, en estas páginas, que esto fuese en lo sustantivo sólo literatura, que los atavismos sociales que arrastran odios y temores terminaran y dieran paso a la vida buena para mirar de frente, de una vez, al pecado original, pero una tras otra estas historias nos anuncian que no está entre las tareas de Undurraga otorgarnos alguna esperanza.