Superlativo no es un adjetivo que uno emplee con frecuencia ante un cuento, pero el caso de este volumen obliga a utilizarlo sin más, y en alusión a cada historia deslumbrante que él nos brinda. Conozco desde hace años los empeños de Nicolás Sepúlveda y siempre he tenido frente a ellos la sensación irremplazable de hallarme ante eso que suele denominarse el genio literario. Un genio que, en su caso particular, va más allá del puro ingenio, y un talento desbordante en que se patentizan factores como los apreciables en estos siete cuentos: tramas y argumentos inteligentes y espectacularmente bien concebidos, en que la anécdota puntual da paso a lo universal; referencias cultas al servicio no de la pedantería, sino de nuestro devenir más bien pedestre sobre la tierra; un humor sutil, a veces paródico, a veces trágico, que nos permite apreciarnos en nuestra banalidad y nuestras postergadas grandezas. Hay aquí homenajes a la figura paterna y sus vacilaciones, variantes del género fantástico entreverado magníficamente con lo grotesco, rencores insoslayables en el escenario conyugal, tributos a Borges, Arquímedes o Stephen Hawking en una sola gran idea rutilante, y hasta videntes pueblerinos que encarnan lo paranormal, pero entreverado maravillosamente con lo ultrarnormal. Hay que leer y disfrutar a Sepúlveda rogando que esto sea solo el comienzo. Si hay un mínimo de justicia en este mundo ?como diría quizás, con ampulosidad, uno de sus personajes?, su genio debiera encontrar más temprano que tarde ese oído receptivo que sin lugar a dudas se merece. Larga vida, pues, a esta Visión del tigre.