En los últimos días de 1994 y los primeros de 1995, Roberto Merino es operado e internado, enfrentando luego una larga y delicada convalecencia. Las jornadas vividas en una sala común se reflejan en estas páginas: visitas y conversaciones, ruidos y movimientos, las relaciones con otros pacientes y el personal de la clínica, la circularidad del tiempo y el horror al vacío; incluso las interrupciones cotidianas y las divagaciones literarias encuentran cabida. En este catálogo de situaciones, el autor enfrenta momentos de desasosiego y desesperanza ante su recuperación, pero los presenta con dosis de humor y una prosa templada, sobria, lo que otorga liviandad al relato. Merino aclara que Diario de hospital «no fue pensado para la publicación, sino como una solución personal ante una circunstancia de mucha incertidumbre». Sin embargo, su interés trasciende la anécdota, constituyéndose en un extraordinario relato del transcurso de unos días, con la precisión y elegancia que caracteriza la escritura del cronista.