El dramaturgo Luis Bárrales miró la calle , juntó memoria, recordó su Laja natal, clavó el oído en el barrio, almacenó rabia, se convenció de que la lucha de clases estaba más viva y coleando que nunca, y entonces escribió. Le importó un pepino si lo trataban de trasnochado o resentido. Lo que hizo fue tomar impulso rapero, dar ritmo a la rabia y convertirla en palabra viva, en dialecto de la orilla, fuera de la chilenidad de exportación. Lo hizo entonces y lo siguió haciendo en las columnas que escribió para el suplemento LCD del diario La Nación Domingo, entre 2009 y 2010, entre los últimos jadeos de Bachelety los albores de un Pinera fresquito, que zanjó el camino para trazar las coordenadas de este Cubile feo, como titula una de sus crónicas.