La escritura de Retamo del narrador Eduardo Plaza adopta la fragmentación como elemento central que difiere, desplaza, segmenta la escritura para generar una poética intensa fundada en la melancolía y en una a sed profunda que no cesa. Es esa sed la que se levanta como una huella líquida para enfatizar de manera sensible la imposibilidad de alcanzar la plenitud familiar. La voz del padre (la voz ley diría Lacan) resulta fantasmática, presente y remota. Habla en el narrador o con él o por él. O se presenta siempre intempestivo aliado a la soga.
La memoria vaga y divaga en un viaje mental incesante que acompaña a un cuerpo carente de energía, mientras se traslada con una apatía trágica por el territorio. La herida del brazo del narrador es el síntoma-máscara de la otra herida, la de la infancia, tras la que se parapeta el niño de tres años que reitera una y otra vez su escena del derrumbe.
Retamo es relato y escritura. Una novela que permanecerá en la literatura actual porque es notable en la precisión de su estructura y en el impecable oficio de su letra.